No es nada nuevo eso de que las tías son como una segunda madre para los sobrinos y de las mil bondades que traen los hijos de los hermanos.
El vínculo tan especial que se crea con los sobrinos es muy fuerte y a mí, en particular, tener una sobrina me regresó la fe en el futuro.
Con 2 kilos y 400 gramos, Majo llegó a mi vida en 2018 para regresarle toda la luz, que en los años previos se había robado el desasosiego.
En general, el 2018 fue un año de hitos para mí: cumplir 30, lograr metas laborales, superar crisis personales. Pero nada fue tan grande como la noticia de tener un sobrino.
Desde que supe que un bebé llegaría a la casa, sentí la explosión de amor que hace tiempo necesitaba para dejar de pensar en el futuro de manera negativa y pesimista.
Luego, cuando supe que sería niña, no pude dejar de pensar en que era un gran momento para nacer mujer.
La era del #MeToo, los tiempos en los que usamos un hermoso sustantivo (sororidad, obvio) para nombrar nuestra solidaridad y amistad, los años en los que estamos conscientes de que no tenemos que vivir bajo todas aquellas reglas y expectativas que se le imponen al rol de mujer.
La idea de tener una sobrina me llena de ánimos para lo que viene. Quiero verla aprender todo y enseñarle que puede ser lo que ella quiera.
Mis deseos de ver el futuro de Majo -del cual tengo esperanzas de que sea mejor- me dan fe en mi propio futuro.
Hasta ahora, sé que Majito odia que la bañen, que aún no nos ve claramente con esos ojotes que ya abre plenamente y que le gusta chuparse el dedo pulgar.
Pero quiero conocerla más y más, saber de ella todos los días, y ver su vida limpia llenarse de colores. Quiero estar ahí para ella y para mi hermana, y ser parte de su red de apoyo. Quiero amarla mucho.
Qué hermoso es ver una nueva vida tan de cerca y poder contribuir a que esa nueva y pequeña persona sea.
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