Salvador Mallo le da una buena bocanada a su cigarrillo y exhala de golpe el humo. Se desvanece sobre el sofá y su madre llega galopando abruptamente en sus recuerdos. Ahí está ella, hermosa, joven, lavando los tendidos al pie de un riachuelo y cantando una vieja melodía gitana con las vecinas. Esa imagen es tan preciosa que parece una pintura impresionista.
Salvador es un cineasta mundialmente reconocido, pero no siempre fue así. Antes de alcanzar la gloría dentro de los bolsillos, de sus pantalones, no había ni un centavo; ignoraba más de lo que sabía y en su cuerpo aún no existían cicatrices. No sabía de pesares, malestares, ni dolores; éstos empezaron después de los treinta. Antes, dice él, ni siquiera era consciente que tenía un cuerpo.
El dolor le hizo darse cuenta de su anatomía. Chava está envejeciendo, su salud no es buena y se siente profundamente solo. El dolor en la espalda le impide hacer lo que más ama, las terribles jaquecas no lo dejan pensar con claridad, constantemente se sofoca y está tan deprimido que el pasado ha comenzado a atormentarlo.
Para Pedro Almodóvar el sufrimiento constituye uno de los temas fundamentales de su obra, a través de él nos invita a reflexionar sobre la fortaleza que se requiere en la vida. En la mayoría de sus historias los personajes padecen grandes infortunios, pero el sufrimiento de éstos jamás ha sido retratado, por el cineasta, con morbosidad, lástima y mucho menos de forma palurda.
Almodóvar retrata el dolor con espiritualidad, pero sin caer nunca en la ingenuidad moral. En ‘La Piel que Habito’ el personaje principal (interpretado por Elena Anaya) aprende a vivir con el sufrimiento y es paciente, muy dentro de él sabe que las sombras no son eternas.
En la religión el dolor es necesario para expiar los pecados. A través del dolor se purifica el alma y sólo a través de éste se puede alcanzar la gloria. En el psicoanálisis las cosas tampoco son muy distintas: la culpa nos provoca dolor e incluso en algunas ocasiones hace que éste se auto-infrinja porque a veces el dolor sirve para recordar la existencia.
‘Dolor y Gloria’, es la última película del cineasta, español, Pedro Almodóvar y en ella expone una parte de su vida que hasta ahora había estado reservada. De forma muy personal, pero sin ser necesariamente íntimo (no olvidemos que se trata de una ficción) el director nos cuenta algunas de las vivencias más significativas de su vida.
El primer deseo, el primer amor y la insuperable perdida de su madre son algunos de los sufrimientos que atormentan el espíritu de Salvador Mallo y que comparte con Almodóvar.
Pero esas no son las únicas cosas que el personaje y el director tienen en común: ambos crecen siendo niños homosexuales en una época que no veía con muy buenos otra orientación sexual que no fuera la heterosexual. Siendo aún muy jóvenes, los dos, se instalan en Madrid y viven un movimiento contracultural que busca derrocar por completo las reminiscencias del franquismo (La Movida) y ambos son grandes estrellas del cine contemporáneo.
Penélope Cruz y Julieta Serrano son las dos actrices que interpretan a la madre de Salvador. Cruz da vida a una madre joven que no logra comprender del todo porqué su hijo es tan sensible y diferente al resto. Por su parte Serrano representa a una madre en decadencia que le hace ver a su hijo lo ingrato que fue con ella pese a que él siempre dio lo mejor de sí.
En esta película existen varios momentos de reconciliación con el pasado, igual que en el existencialismo nitzscheniano, aquí hay un eterno retorno porque, aunque los círculos se cierran con mucha nostalgia y casi no queriendo hacerlo, el pasado vuelve siempre en forma de recuerdos. Salvador sabe que esos momentos no volverán jamás y también entiende que nada gana estando enojado. Quien no suelta el pasado no es capaz de seguir adelante.
Existen momentos de profunda belleza en ‘Dolor y Gloria’: el recuerdo de su infancia; el monólogo que Salvador le obsequia a un actor con quien, después de mucho tiempo, ha limado asperezas; el reencuentro con un viejo amor que lo marcó para siempre, la despedida definitiva con ese enamorado; su amor por el cine y sobre todo la devoción por su madre.
‘Dolor y Gloria’ nos recuerda a momentos, especialmente en la infancia de Salvador, a ‘Cinema Paradiso’ (1988) y se asemeja mucho, en la forma en la que el cineasta explora la relación con su madre, al cortometraje que Fassbinder hizo para ‘Alemania en otoño’ (1978).
Como es su costumbre, esta historia de pronto se vuelve demasiado enrevesada y aunque todos estos fragmentos son historias muy hermosas, ninguna de ella es secuencial, todos estos momentos llegan como una oleada que golpean fuerte al espectador, lo mueven, lo revuelcan, pero también lo desconciertan.
‘Dolor y Gloria’ no tiene ningún ápice de sencillez, fotográficamente es formidable. La limpieza y la belleza de las tomas son un verdadero deleite. Los diálogos son excepcionales, las actuaciones son precisas, el diseño de arte y el arte que aparecen en esta película son un homenaje al propio cine de Almodóvar.
Antonio Banderas está fabuloso, de pronto su actuación se antoja a una parodia, o una imitación, del propio Pedro. En algunas escenas es entrañable y a momentos es despreciable (como cuando el personaje interpretado por Asier Etxeandia es humillado públicamente por el personaje de Banderas).
Lo más impresionante de esta película es que probablemente dentro de algunos años, cuando la volvamos a mirar con otros ojos, y una vez que todos esos momentos felices de nuestra juventud se hayan convertido en el cojín de nuestra vejez, la encontraremos diferente pues, aunque las películas no cambian, nosotros sí.
Fotos y video: Universal Pictures
via ActitudFem - Una comunidad versátil, para la mujer contemporánea https://ift.tt/2XDKX53
Publicar un comentario