Crecí en una familia grande, mi abuela se casó con mi abuelo mientras cargaba un letrero de solterona en la frente, su madre le enseñó que las mujeres sin marido eran menos que nada, así que hasta el último día de su vida la pasó a lado de su esposo senil cuyo aliento alcohólico la acompañó durante casi 60 años.
Tal como lo aprendió mi abuela, ella también les enseñó a mis tías que la vida no tenía otro sentido que pasarla a lado de un hombre que se hiciera cargo de ellas y que el marido era una especie de cruz pesada que una había de cargar en la espalda.
Para mi fortuna soy hija de mi padre y no de una de sus hermanas, que mientras crecía me llenaron de alegrías, les quiero y la recuerdo con suma añoranza; nunca pensé que me darían la espalda bajo ninguna circunstancia, hasta que prefirieron proteger a un abusador.
Mis tías siempre caminaron por la vida con una irremediable tristeza, la mayor decía que jamás encontró el amor porque siempre fue muy mamona y que no podía imaginarse a un hombre desnudo, el machismo de mi abuelo sumado a las ideas moralinas de mi abuela eran pensamientos que tenía más enterrados que cualquier deseo erótico.
Otra de ellas perdió a su esposo como al año de casados, al 'flaco' una diabetes fulminante le arrancó la vida; la menor de ellas sigue haciendo cualquier cosa por recibir alguna migaja de amor de cualquier incauto que se deje, sigue anhelando una vida de pareja y no se cansa de buscarlo, jamás le gustó trabajar o ir a la escuela.
Pero una de ellas se casó, con un hombre divorciado, a pesar de las ilusiones que mi tía tenía sobre formar una familia, nunca pudieron tener hijos.
El día de la boda yo tenía como 5 años, fue muy sencilla, quizás improvisada, mi abuelo tenía el ceño arrugado, apenas si conocíamos aquel que ahora era parte de la familia, mi abuela si estaba contenta porque su hija favorita se iba de casa de la mano de su marido.
Durante años Aurelio, así se llama el esposo de mi tía, convivió con toda la familia, era agradable, todos se reían de sus bromas, sus cuñados lo adoraban, mi abuela le decía hijo.
Como no tuvo hijos con mi tía los sobrinos pasábamos tiempo con ellos, jugaban con nosotros, nos llevaban a nadar, paseábamos a lugares cercanos a la ciudad, mis papás nos dejaban, confiaban en que ellos nos cuidaban.
Al tío Aurelio le gustaba bailar y siempre mencionaba que tenía muchas amigas, que él era así, coqueto, en cuanto fui creciendo me di cuenta que tal como él se describía, Aurelio no era menos que un depredador sexual.
Cuando cumplí 15 años, empezaron las insinuaciones, a Aurelio le gustaba mucho bailar conmigo, y a esa edad donde todo es confuso no crees que esté mal bailar con el tío que toda la familia ama.
Aurelio nos daba sermones porque le decía que mi tía que tenía la capacidad de hablar de dios pero también nos decía que disfrutaramos nuestra libertad sexual, le lavaba la cabeza a mi tía y justificaba sus infidelidades, cuando fui mayor, mi madre me dijo que Aurelio se acostaba con la esposa de mi tío, el hermano de su esposa.
En ese momento, aquellos días en los que me quedaba sola con Aurelio revivieron en mi cabeza, y entendí por qué siempre me sentía incomoda con él.
Siempre esperaba el momento en que estuviéramos solos, para decirme lo bella que era, lo hermosa que me estaba poniendo, para verme con esa lascivia vomitiva con la que un señor de 40 años puede ver a una adolescente.
A los 17 ya no soportaba saludarlo, pero siempre estaba ahí, rodeado de toda la familia, de las carcajadas de mis tías, de mis primos, de mis papás; y yo, yo no decía nada, sabía que si insinuaba que Aurelio era un acosador que me decía lo que un tío jamás le dice a su sobrina, ni mi tía ni nadie me iba a creer, a las palabras se las lleva el viento, ¿no?.
El día del cumpleaños de mi tía, la esposa de Aurelio, mi abuela hizo una fiesta para celebrar que ese día habían nacido ella y su hija favorita, yo ya tenía 19, me acuerdo bien cómo vestía, en algún momento pensé que era culpa del entallado short negro que tría puesto y que por eso había llamado su atención más que de costumbre.
Me senté en el rincón, a mi familia siempre le gustó tomar mucho alcohol en las reuniones, así que para la noche todos estaban medio borrachos.
Ese día Aurelio no me quitaba la mirada de encima, insistió en bailar conmigo, yo no quería, nunca quise en realidad, pero mis tías decían que era muy 'aguada'; mientras bailábamos, Aurelio me dijo que estaba enamorado de mí, que yo era la mujer de su vida, me tomó fuerte de la cintura, me empezó a decir sandeces al oído, yo lo empujé le dije que era un pendejo y me fui a la cantina que mi abuelo tenía en su casa.
El cuarto estaba oscuro, yo me paré frente a la ventana, totalmente desconcertada, me quedé pesando que quizá no debería decir nada, porque mi papá podía hacerle algo a Aurelio y estaba borracho y eso podía terminar en tragedia, pero jamás pensé en mí, o en cómo me sentía, incluso llegue a sentir culpa.
De repente sentí un brazo sobre mi hombro, al voltear me di cuenta que Aurelio estaba atrás de mi balbuceando no sé qué cosas, porque yo estaba frita del miedo, me jalo hacia él me agarró la cara y me quiso besar, como estaba borracho yo corrí.
Me costó una semana contárselo a mi hermana, mi hermana que es mayor que yo, enloqueció, lo llamó a su oficina, no sé de dónde sacó el teléfono, le dijo que tenía unos minutos para decirle a mi tía lo que me había hecho y lo amenazó con hacer un escándalo.
A él le bastaron esos minutos para manipular a mi tía diciéndole que yo había inventado todo y que yo tan solo era una 'chavita confundida'; mi tía habló a mi casa por teléfono, preguntó por mí, al contestar solo me pidió una cosa 'no le digas a tu papá', me dijo.
Mia padres se enteraron, Aurelio tuvo el descaro de ir a mi casa para aclarar “mi confusión”, mi hermana lo recibió con un golpe en la cara, no lo dejó entrar.
Jamás olvidaré las palabras de mi tía, primero me preguntó si estaba segura, porque mi cuerpo temblante y mis lágrimas no le eran suficiente, mi mamá hervía en coraje, mi papá no se cansó de repetirle que su esposo era un abusador en potencia. Pero mi tía se fue feliz al saber que no me había violado y siguió con su marido.
Los años siguientes fueron terribles, mi tía dejó de ir en Navidad, mi papá le pidió no llevar a Aurelio a las reuniones familiares, mis tías lo apoyaron, pero con el paso del tiempo empezaron a llamar a mi papá rencoroso y Aurelio quedó como el pobrecito que se equivocó y yo y mi familia como unos malditos.
La última vez que pasé una Navidad junto a mis tías y mis abuelos, la esposa de Aurelio me trató muy mal, me aventó la comida, mis tías ya no me hablaban, se incomodaban a saludarme, mi madre me dijo ese día, que no tenía que ir si no quería.
Empecé a vivir sola desde los veinte, viví un tiempo con un novio, para cuando nos separamos, yo ya no tenía con quien más pasar la fiestas decembrinas y aunque mi padre insistía que quizá podía hacer un esfuerzo para pasarla de nuevo con mis tías, yo decidí que no.
Si bien la última vez que vi a Aurelio se acabó mi contacto con él, al ver a mis tías y su aprobación a un abusador que no solo me acosó durante años, sino que se había acostado con la esposa de su hermano cuando ella solo tenía 18 años, me recordaba que él seguía ahí y que mis tías se habían convertido en una especie de leales defensoras, que me pusieron por debajo del ideal romántico con el que crecieron.
Ya no hablo con mis tías, solo con una de ellas, la que delató a Aurelio cuando lo descubrió con la esposa de mi tío, el día que murió mi abuela me tuve que quedar en la cocina de la funeraria, junto a mi papá, llorando en silencio, a lado de la tumba de mi abuela estaba Aurelio de la mano de su esposa, ahí se quedaron toda la noche, jamás pude despedirme de Antonia.
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