Todos tenemos una historia de amor fallida, yo por ejemplo, tengo varias, pero siempre se aprende más de unas que de otras.
Y si algo he aprendido es: nadie debería aferrarse a alguien que no te quiere, por supuesto que es cierto ese dicho de 'amiga, a él no le gustan tanto'; algo que entendí a la mala, pero lo entendí.
Hace unos años se me hizo un ligué con un vato que me gustó durante años, durante eso años que fue mi crush nunca le hablé porque tenía pésima fama (y porque tenía novio, jeje), su nombre relucía como adjetivo de patán y las malas lenguas decían que le encantaba enamorar incautas.
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Como en ese momento yo había salido de una relación de 8 años, me sentía protagonista de Sex and the City; evidentemente disfrutaba y explotaba mi sexualidad al máximo y sin tapujos.
Nuestros coqueteos comenzaron por Facebook y después de platicar de nuestro refinado gusto en común por el punk, me invitó a salir.
Aquella noche fuimos a un bar, me tomé unos mezcales con él y pues obvio amanecí en su casa, cruda y desnuda.
Hasta el momento no sé que era lo que Carlitos tenía de especial, lo que sí sé es que me aferré a él como sanguijuela.
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Como trabajábamos en la misma oficina acordamos no hablarnos ni saludarnos en el trabajo y así fue, pero claro que nos paseábamos uno en frente del otro cada de podíamos.
Nos encontramos otras veces en su casa, no tan frecuente, como a la tercera vez bajo sus sábanas y con unos traguitos encima, se me ocurrió decirle que saliéramos formalmente. Error.
En ese momento le cambió la cara, me contó la fatídica historia de su matrimonio y un choro interminable del por qué no se podía enamorar de nuevo. Me dejó de ver y me empezó a gustar cada vez más.
Lo invité a mi fiesta de cumpleaños con la certeza de que ni se iba a aparecer, pero bueno, se hizo el intento.
El día de la fiesta, alguien me habló por teléfono, el número no estaba registrado, pero del otro lado me hablaba la voz de Carlitos, estaba en la puerta de mi casa con una botella de nuestro tequila favorito.
No bailamos, hablamos, le presenté a mi hermano, mi mejor amigo lo saludó, y él se veía nervioso, ansioso, yo me sentía bien pinche feliz, asocie su presencia con una relación que obvio ni existía ni teníamos.
A las pocas horas se acercó a mi, al oído me dijo que se tenía que ir, le rogué que se quedara otro rato, pero se fue.
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La escena fue terrible, un Uber lo esperaba, yo le pedía que se quedará, el me miró como nunca, me abrazó, me tocó con las yemas de los dedos el pocito que tengo en el labio, me dijo: no puedo, se dio la media vuelta y se fue. Algo se rompió ese día.
Pasó el tiempo, dejamos de hablarnos un rato y un día mientras estaba en casa de un señor de la edad de mi papá y a punto de cometer una tontería, un mensaje de Carlitos se coló en mi buzón.
Dejé al señor y me largué a la primera llamada en medio de la lluvia, porque él me habló otra vez.
Por su puesto que al otro día a primera hora me regresé a mi casa, sin el señor y sin Carlitos en el corazón.
Pasaron varios meses y me topé a Carlitos en la fiesta de fin de año, nada acabó bien ese día ni los siguientes meses, no hubo mensajes, nada, solo recibí desdenes de su parte.
Paso bastante tiempo, volví a salir con otras personas, conocí a otro vato y llevábamos como unos 4 meses saliendo.
En ese entonces me sentía bastante confundida, había una parte de mi que no sabía que estaba pasando o si estaba lista para una nueva relación o si aquel que había pasado los últimos meses junto a mí en verdad me quería o era otra versión de Carlitos.
Como era mi costumbre cagarla y crearme historias en mi cabeza, se me ocurrió invitar al vato con el que salía a una fiesta con mis amigos y me bateó.
En medio de mi ira y como si Carlitos oliera mis desgracias, una vez más me llegó uno de sus mensajes y en menos de 20 minutos ya estaba sentada en las periqueras de su cocina.
Esa noche cogimos como locos, en la mañana no encontraba mi ropa, estaba tirada por el sótano y en las escaleras, el se veía feliz, yo también.
Pero cuando me ponía mis botas, recordé que los últimos 4 meses la había pasado mucho mejor, aún sin la certeza de que el vato con quien salía quisiera una relación conmigo.
Me detuve a pensar un momento y en ese momento también pensé que pasé años luchando y aferrándome a alguien que no me quería.
Carlitos no era menos que un fuckboy; todavía recuerdo que vagamente escuché que me decía ‘la próxima vez que vengas lo hacemos en la mesa del futbolito’.
Y entonces me paré frente a él, lo miré y le dije: no habrá próxima vez Carlos, no vendré más, tú no puedes darme lo que quiero y yo tampoco a ti, estoy saliendo con alguien y tampoco sé si me quiera, pero quiero algo más que esto y tú deberías hacer lo mismo.
Carlos se quedó atónito, callado y me dijo: ‘yo no puedo estar con alguien’. Yo sonreí, pedí mi Uber, lo abracé y le agradecí por todo.
Ese día dejé de luchar por él para empezar a luchar por mi, porque siempre habrá alguien mejor. Siempre.
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