¿En qué momento ignoramos tanto la salud mental? ¿Cómo fue que empezamos a exigirnos tanto sin pensar en la presión que nuestro cuerpo sentía? ¿Cuándo fue que comenzó a ser más importante una medalla que una lágrima, que un grito, que el bienestar?
Ser vulnerable no es una debilidad, no es un defecto y mucho menos un error. Al contrario. Es como un deporte, con altas y bajas: logros y fracasos. Uno en el que dar lo mejor de ti se convierte en una presión, sin embargo, a diferencia con los otros, es que con la vulnerabilidad quien decide “tirarse” es el que se lleva la medalla de oro. Sí, por abrir su corazón y confesar lo mal que puede sentirse, lo atormentada y frustrada.
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Hablar de los sentimientos negativos también es un logro y no le damos la importancia que se merece. Y ese logro también merece una medalla de oro.
El miedo de defraudar a todos me sacaba todos los demonios que pensaba ya había enterrado, le presión –además de provocarme sudor– me repetía miles de veces que no lo podría logar, que qué dirían de mí si fallaba. O qué dirían de mí por decir lo mal que me sentía.
Con incertidumbre, terror, escalofríos y frustración, continué pensando que lo que más importaba era no rendirme. Pero no me daba cuenta de que estaba ignorando algo más importante: a mí.
A veces rendirse es la mejor forma para salvarse. Y ni si quiera es renunciar, es ganar algo mucho mejor, algo más valioso e incomparable: paz.
Dudé de mi profesionalismo por interesarme por mi salud mental, pero luego pensé que cómo tendría esa responsabilidad, cómo cumpliría en mi trabajo, si algo malo pasa dentro de mí.
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No ignorar mis demonios ha sido el mejor reto, también el más complicado pero el más liberador, sin duda. Aceptar mi ansiedad y mi estrés, y dejar casi todo por priorizarlos me ha hecho más fuerte y, sobre todo, me ha permitido no defraudarme a mí.
Hablar, aceptar, incluso abrazar nuestros demonios nos hace merecer una medalla de oro.
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