Historia de un amor tóxico


Jamás pensé que podía pasarme a mí. Siempre me he considerado una mujer con inteligencia emocional y buena autoestima. Desde muy joven, disfruté de relaciones de pareja sanas y divertidas con hombres buenos. Hasta que conocí a Alejandro cuando cumplí 30 años.

 

Lo conocí en un nuevo proyecto profesional para mí, que tendría duración de un año. En la primera junta, lo vi entrar a la oficina y mi corazón dio un vuelco. Para mi buena suerte, Alejandro y yo estábamos en el mismo equipo.

 

Era un trabajo demandante, bajo mucha presión, pero pasaba muchas horas a su lado y viajamos juntos por todo el país. Lo admiraba, me hacía reír, me coqueteaba y, a las pocas semanas, pasamos nuestra primera noche juntos.

 

Descubrí que él era muy intenso y desde los primeros días de la relación, se mostró celoso y posesivo. No le gustaba compartirme. Me lo decía: “Eres mías y te quiero sólo para mí”. Al principio me parecía romántico, pero de pronto, él cumplió su palabra. Sin darme cuenta, comencé a alejarme de todos mis amigos y mi familia.

 

No me dejaba salir sola con nadie y se las ingeniaba para no permitirme gozar de convivios sociales sin que estuviera a mi lado tomándome de la mano. Era común que me chantajeara afirmando que no entendía que me fuera posible pasarla bien con alguien que no fuera él.

 

Aunado a eso, a los pocos meses de estar juntos me dijo que no estaba contento ni satisfecho con el tamaño de mis senos y que quería que me operara para aumentarlos. No le di importancia a su propuesta, pero cada vez que le era posible, lo sacaba como tema de conversación.

 

Por otra parte, cuando quería, podía ser un caballero encantador. Con lágrimas en los ojos me decía “Te amo” después de tener sexo. Con elocuencia, me llenaba de halagos. Me colmaba de regalos. Me invitaba de viaje a lugares hermosos. Me procuraba y cuidaba. Pero otras veces, un simple mensaje en mi celular desataba su furia.

 

Al año de estar juntos, decidí terminar la relación pues me enteré, además, que Alejandro se había acostado con otras mujeres mientras éramos pareja.

 

Alejandro rompió en llanto. No me pidió disculpas, me pidió ayuda. En lugar de justificarse, aceptó que había sido un mal hombre. Me contó que eso lo había aprendido de su padre y se odiaba por hacer lo mismo. Me suplicó una y otra vez que no lo dejara, que quería cambiar y quería hacerlo por él y para no perderme, pues realmente estaba enamorado de mí y quería hacer su vida a mi lado.

 

Me sorprendió su reacción y mi empatía me hizo quedarme a su lado. Las primeras semanas después de esa conversación, él era un príncipe azul. Yo le insistía que fuera a una terapia, pero se desentendía de eso.

 

Mientras tanto, yo veía cómo su comportamiento era otro y creía que era posible amarlo de manera sana, pero a los pocos meses se acabó.

 

Regresaron los celos, la posesión, la agresividad, sus humillaciones, sus infidelidades, los chantajes, la manipulación.

 

Entonces me di cuenta de que había dejado mi vida entera por Alejandro. Estaba cansada de su posesividad y de todas las escenas vergonzantes que hacíamos debido a sus celos enfrente de quien fuera.

 

Me molestaba su agresividad y entendí sus chantajes y manipulaciones. Me revisaba el celular y la computadora. Me tenía encerrada en su casa. Yo no quería una relación así, pero cada vez que decidía terminarlo, Alejandro lloraba y regresaba a su discurso de estar harto de ser un mal hombre. Lo perdonaba después de una escena de drama larga y agotadora. Toda una relación tóxica.

 

Además, solía emborracharse y cuando lo hacía, era una persona necia y violenta. Cada vez que pretendía huir, lograba envolverme con palabras, lágrimas y disculpas. Yo caía una y otra vez, cegada, creyendo que, muy en el fondo, era un buen hombre y tenía intención de cambiar.

 

Hasta que un día me pegó. Y fue lo mejor que me pudo pasar. Fue un hito en mi vida ese golpe. No sentí miedo; sentí enojo, pero conmigo misma. No podía creer que había permitido por más de dos años el abuso de un hombre tóxico.

 

Inmediatamente después de que me soltó la cachetada, comenzaron las palabras, lágrimas y disculpas, pero esa vez, ya no le creí. Nada se salva después de la violencia física. Simplemente, en silencio, lo escuché. No dije nada, ni siquiera lloraba. Cuando le dije nada más que todo estaba bien y me abrazó, sugerí irnos ya a la cama a descansar. Para salvarme, esa noche dormí con el enemigo.

 

A la mañana siguiente, salí de su departamento como si nada hubiera pasado y una vez que estuve sola, al instante decidí bloquearlo de mi celular, correo electrónico, redes sociales. Lo borré.

 

Él por supuesto que no se iba a quedar así, y al darse cuenta de lo que había hecho, llegó esa misma noche a mi casa y casi tiró la puerta a patadas. Gritaba y pateaba y tuve que llamar a la patrulla para que se fuera y me dejara en paz. No fue sencillo alejarme y tuve que soportar varios arreglos de flores en mi oficina, una serenata y un par de escenas dramáticas más en la puerta de mi casa.

 

Cuando por fin Alejandro desistió de una reconciliación, caí en una terrible depresión. Estuve varios meses en terapia curándome de una relación tóxica. La culpa y la vergüenza me tenían presa y fue difícil perdonarme y dejar de creer que merecía ser maltratada. Fue un proceso doloroso y un tanto cruel, pero me enseñó que el amor propio es indispensable para evitar que alguien, quien sea, abuse de ti.

 

Las personas tóxicas no tienen una etiqueta pegada en la frente con la cual advierten que lo son, y es muy complicado verlo cuando estás enamorado. El amor enceguece y lo que nos puede parecer una conducta normal, en realidad no lo es.

 

El amor no duele, ni se condiciona, ni debe ser un lastre. Si te encuentras en una relación donde es más común la guerra, debes reflexionar si en realidad estás enamorado o es una codependencia que tiene siempre como resultado una autoestima hecha pedazos y reconstruirla no es sencillo.

 

Yo me sumergí en una toxicidad con Alejandro por un par de años y lo único que sé ahora es que solamente está en mí evitar ese tipo de relaciones, pues al final, nadie está donde no quiere estar.

via ActitudFem - Una comunidad versátil, para la mujer contemporánea https://ift.tt/2HasFkl
Etiquetas:

Publicar un comentario

[blogger]

MKRdezign

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con la tecnología de Blogger.
Javascript DisablePlease Enable Javascript To See All Widget