Me encanta viajar. Hasta unos días antes del comienzo de la pandemia, estuve de viaje y los primeros meses de cuarentena me la pasé soñando que estaba de viaje.
Sin embargo, me acostumbré a estar en casa. Me acostumbré tanto que escribí este texto sobre no querer salir, ni a la nueva normalidad ni a ninguna, quería estar encerrada en casa.
Pero ya pasaron seis meses, muchos estados empiezan a volver a tener vida regular y los viajes de trabajo se reanudan. La semana pasada me tocó viajar así, de trabajo, a Guanajuato, para ver los protocolos de seguridad del estado y conocer algunos de sus pueblos mágicos.
Cuando me avisaron que me iba de viaje, sentí una mezcla de emoción desmedida y ansiedad sin control. ¡Salir! ¡Viajar! ¡Contagios! Todas estas ideas me pasaban por la cabeza, por suerte tuve menos de 24 horas para pensar demasiado. Preparé la maleta y en unas horas ya estaba en una camioneta con puros ojos desconocidos y cubrebocas.
Hasta ahí todo "normal", vaya, al menos lo había pensado. Pero cuando hicimos una parada para ir al baño, caí en cuenta de que hacía 6 meses que no usaba otro baño que no fuera el de mi casa y la idea me voló la cabeza. No creo haber tomado medidas diferentes a las de antes, porque siempre he ido de aguilita y con mi propio papel, pero me lavé las manos con más enjundia.
La verdad es que el viaje se realizó con medidas de seguridad bastante estrictas: siempre cubrebocas, no tocar a nadie, constante lavado de manos, gel antibacterial, sana distancia.
Hay momentos en los que esto no se respeta tanto, como en los restaurantes. Tampoco iba a restaurantes desde hacía más de 6 meses y la experiencia fue encantadora, es una de mis actividades favoritas y aunque pedir comida a domicilio también tiene lo suyo, hay algo maravilloso en ver cómo preparan tu comida, que te la sirvan bonita y recién hecha.
La confianza que se agarra en estos viajes también va contra las reglas de sana distancia. Después de las primeras horas ya todos somos muy amigos y se habla más cerca, alguien se quita el cubrebocas, alguien te agarra el brazo.
La primera noche, tuve pesadillas con que gente se quitaba el cubrebocas y tosía sobre los demás. Decidí calmarme, disfrutar el viaje con mis precauciones y me prometí tomar sana distancia de quienes viven conmigo cuando regresara, así que escribo este texto con cubrebocas.
El resto del viaje lo disfruté, ya no me estresé tanto, tomé medidas adecuadas y no sufrí por lo que hacían los demás. Vendrán nuevos viajes de trabajo y será un descanso mental el ver otras paredes que no sean las mías, disfrutar la carretera y hacer nuevos amigos.
¿Tengo ganas de volver a salir? Sí y no. Fue diversión y fue descanso mental, pero también un estrés diferente, uno que nunca había sentido al viajar. Cuando lo vuelva a hacer les cuento.
Pueden seguir parte de la cobertura de ese viaje aquí y en mi cuenta de Instagram: @sofiarevoltillo.
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