Recientemente, jugué el papel de cougar. Por varios meses, sostuve un romance divertido y maravilloso con un millennial 11 años menor que yo. Fue un amor genuino. Una relación sana, pasional y muy sexual. Era liberadora.
Se terminó, para mi mala suerte, porque él conoció a una chica de su edad que le robó el corazón, pero a su lado, llevé mi vida sexual a un nivel que jamás había alcanzado. Durante nuestra aventura se cruzó su cumpleaños y como regalo, me pidió llevarlo a una fiesta o club swinger. Me sorprendió un poco su propuesta, pero me pareció una gran idea.
Después de una sencilla búsqueda en internet, encontré un club swinger que se veía bastante prometedor. El mundo swinger sigue siendo un tabú (no entiendo por qué) y el club, por lo mismo, es clandestino.
Para llegar al lugar, ubicado en un centro comercial al sur de la Ciudad de México, bastante escondido, caminas todo el estacionamiento y al topar con una pared, bajas dos pisos de escaleras. No tiene letreros y para dar con él, debes buscar una señalización del metro de Londres. Así llegas. En la entrada te recibe el cadenero, muy amable y con antifaz. Confirman tu clave de acceso, y te dejan pasar.
Ingresas a un antro cualquiera y bastante ochentero. Mesas altas con sillas periqueras. Una pista de baile con piso de acrílico. Luces y esfera de cristales. La cabina del DJ, una barra, pantallas con videos y una terraza para fumar. Un vil antro.
Mientras pagábamos el cover, se acercó la pareja anfitriona. En el mundo swinger, la pareja anfitriona juega un papel primordial. Te explican las reglas para la fiesta. Las reglas se basan en puro respeto y te dejan claro que en cualquier situación sexual NO ES NO siempre. Hubo boletos para una rifa de un viaje en la Riviera Nayarit a un all-inclusive nudista, una barra de chilaquiles y café gratis toda la noche, además de que contaban con un servicio de cava, por si queríamos ser clientes regulares.
Después de darnos la bienvenida, nos aconsejaron relajarnos antes de que a la 1 de la mañana abrieran las puertas del playroom. Yo no veía por ningún lado esas puertas y me encontraba muy nerviosa, pero intenté aparentar tranquilidad para que mi millennial no saliera huyendo y me abandonara en esa nueva dimensión.
Nos sentamos y pedimos unos tequilas. Al poco rato, se acercó la primera pareja. Eran un matrimonio casados hace 18 años, tenían un hijo adolescente y tomaron (atinadamente) la decisión de reavivar la llama de su amor asistiendo al club swinger. Eso me tranquilizó. Estábamos con gente que ya se sabía la dinámica. Fue una charla divertida.
A la 1 en punto de la mañana, sonó un silbato y la mujer de la pareja anfitriona, ayudada con un megáfono, invitó a todas las asistentes femeninas a la barra para que tomáramos un shot llamado “Pasión”. En ese momento se abrieron las puertas del playroom y poco a poco, solo las parejas entraron (el personal del lugar no tiene acceso).
Cuando entré, no podía creerlo. En un cuarto gigante sólo había camas enormes, potros del amor, columpios sexuales y salas privadas. Tienen sauna, vapor, regaderas y hasta un masajista (con costo extra). No falta la señorita con su canasta que vende condones, lubricantes y juguetes sexuales. La luz es neón, muy tenue, y se escucha música ambiental a un nivel bajo.
Y así, de manera civilizada, arranca la orgía. Mi millenial y yo intercambiamos de pareja con el matrimonio con el cual platicamos amenamente en una sala privada. Al poco rato, se acercó una pareja a nosotros y simplemente con una mirada y sonrisa traviesa, pidió unirse a nosotros.
Ella tenía escasos 30 años y él, unos 40. Eran amigos con derechos y era su segunda fiesta swinger. Fue la locura. Sexo entre seis. Cambias de boca, manos, feminidad y hombría a cada rato. Acaricias por igual a hombres y mujeres. Se forman tríos. Es lo más excitante que hasta ahora he vivido. Y la cereza en el pastel: te rodean otras 40 parejas teniendo sexo en cualquier posición que te puedas imaginar. Eres testigo de múltiples orgasmos.
El intercambio de pareja no es una infidelidad ni una patología. Es una práctica sexual milenaria. Así de sencillo. En ningún momento vi a una pareja discutiendo o armando una escena de celos. No vi a nadie enojado ni llorando. Eran parejas libres, atractivas, algunas perdiendo la virginidad del sexo en grupo, disfrutando una noche de fantasías sexuales.
Defenderé hasta mis últimos días que el ser humano es un ser deseo y tiene derecho a una vida sexual sana y placentera. Es indispensable dialogar con tu pareja de manera honesta y abierta para establecer las reglas del juego cuando quieres explorar otras prácticas sexuales que rompen con el concepto de monogamia y fidelidad. Y el mundo swinger es tan excitante, que vale la pena vivir esa aventura por lo menos una vez en la vida. No se van a arrepentir.
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