No sé de dónde surgió la idea de que los hombres más grandes son sinónimo de estabilidad y madurez, quizá fue uno de esos mitos que también nos inventaron.
Si bien las canas, la serenidad y la experiencia son un gran atractivo, un hombre mayor no siempre es maduro y tampoco te da la estabilidad que buscas en una relación y antes de que me juzgues de interesada, no, no quise tener un sugar daddy para que pagara mis cuentas; eso puedo hacerlo yo.
Pero lo que buscaba en mi sugar daddy era más bien tener una relación con alguien que tuviera la seguridad de querer estar solo conmigo, algo que había estado buscando en los vatos de mi edad, algo que claro ninguno me había ofrecido.
Así que dejé de interesarme en los de veintitantos y me hice a la idea que lo que necesitaba era conocer a un hombre mayor, que por supuesto me cayó como caído del cielo.
A mis 27 conocí a un escritor por el trabajo, autor de dos libros, alivianado y que amaba las mismas cosas que yo, pero…me llevaba unos 30 años de experiencia. Sí 30.
Desde que salí con él por primera vez y solo para platicar de proyectos laborales, me pareció atractivo y no fue por las 3 botellas de vino blanco que nos bebimos.
Pero lo primero que me pasó por mis pensamientos fue que él tenía la misma edad de mi papá, algo que me daba vueltas en la cabeza y que en su momento no me importó, tal vez se debía a que me encantaba escucharlo.
Corrí a contarle de mi cita a mi mejor amiga y ella, me dijo: date la oportunidad y pues.. quién no le hace caso a su mejor amiga.
Total, que seguí con el romance, romance que hasta ese momento no se había concluido y ni se concluyó.
Resulta que en la segunda cita que tuvimos el sugar y yo decidimos ir a comer, el iba bastante en serio, así que después de comer me invitó a conocer su departamento, que claro tenía los muros llenos de libros, fotos con todos los intelectuales de México y un montón de recuerdos de su estancia como escritor en Nueva York.
Jamás me impresionó la idea de andar con uno de esos intelectuales que te dejan atónita con sus conocimientos, pero algo en él me gustaba, tenía un alma joven o a lo mejor eso también me lo inventé.
Cuando estábamos a punto de abrir el vino, sonó su teléfono, me dijo que se tenía que ir, vivíamos muy cerca, así que me pidió que por favor nos viéramos más tarde, que había algo que tenía que terminar y debía ser en ese momento.
Pasaron unas horas y yo esperaba en mi casa, pensé que no me volvería a hablar, que lo más seguro era que encontraría un pretexto para deshacerse de mí.
Cerca de las 8 sonó mi celular, era él.
Regresé a su casa, me senté en su sillón de piel color shedron y él se detuvo a verme profundamente; su mirada era pura y penetrante.
Abrió el vino y comenzó a relatarme paisajes invisibles, micro historias que se había creado en la cabeza de cómo sería la cotidianidad si yo estuviese en ese departamento con él cocinando lasaña en ropa interior. Yo me sentía fascinada, sonreí como loca.
Cuando quedaba un cuarto de la botella del tinto seco que nos bebíamos, me dijo que había ido a ver al amor de su vida, su amor universitario que no fue, la mujer de su vida, aquella que habitaba los laberintos de su cabeza, pero que por alguna extraña razón solo quería que ese momento se terminara para poder regresar conmigo.
Y aquí es el momento donde el tiempo se detiene y empiezas a analizar cómo se verá el futuro, en mi caso, mi futuro con un escritor exitoso que al parecer estaba loco por mí.
Solo que en esta historia quizás omití un detalle; toda morra aferrada a 'sentar cabeza' está atada a un fuck boy que huele su felicidad a la distancia.
Pero no, este romance no fracasó por el fuck boy, sino porque algo pasó cuando mi prospecto se terminó la octava copa de vino.
Mi sugar comenzó a enloquecer, de repente sacó un cigarro de mota, se me lanzó encima, me besó, comenzó a cantar en voz alta las rolas de Nick Cave y a la tercera fumada a ese mal forjado churro de dijo algo que nunca voy a olvidar.
'Te quiero chupar el coñ*', gritaba mientras la mota y el alcohol hacían estragos en su cabeza y yo que es ese momento buscaba la serenidad, terminé igual que siempre.
Soportando a un vato acelerado que se comportaba como los babosos de 20 años con los que solía acostarme.
Me pasó como a José José en Gavilán o Paloma; solo me dio frío su calor, me sentía completamente fuera de lugar y ya nada podía revivir la fantasía que creía que sería.
Le dije que se alejara, que no me estaba sintiendo cómoda y cuando se fue al baño me asomé a mi teléfono sin poder creer que en mi bandeja de entrada había un mensaje de mi fuck boy favorito.
Me largué sin pensarlo, me sentía profundamente decepcionada de su actitud, el me persiguió por las escaleras y me repetía que no podía dejarlo así. Intentó distintos argumentos para obligarme a quedarme, pero un Uber ya me esperaba en la calle.
Me fui con otro vato, otro más joven, otro que también terminó decepcionándome esa misma noche.
El las siguientes semanas el sugar siguió buscándome, pero yo ya no estaba dispuesta a verlo otra vez.
Aquella noche aprendí una gran lección: nadie te puede dar estabilidad emocional si tú no te la das y desde ese día dejé de buscar a alguien que me proporcionara lo que ni yo misma tenía, esa estabilidad emocional era mi responsabilidad, no la de un señor deslumbrante que tampoco la tenía.
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