El día que comprendí a mi mamá


Amada madre:

 

Cuando era niña, hacías muchas cosas que me parecían extrañas. Te despertabas antes que todos nosotros para poder “tomar tu café en paz”. Cuando íbamos a comprar ropa, inmediatamente te dirigías a la parte posterior de la tienda, porque “todo en el frente es más caro”. Cuando era pequeña, no lo entendía, pero hoy, siento que me estoy convirtiendo en ti.

 

Como tú tenías tus chocolates escondidos en la mesita de noche, he descubierto que para poder disfrutar de mis revistas y de antojos dulces, tengo que sentarme en el piso del baño, escondida.

 

Solías ir al supermercado sola para poder disfrutar de tu música sin interrupciones. Ahora, en el momento en que mis hijos están fuera del coche, subo las ventanillas y escucho mi música noventera a todo volumen.

 

Recuerdo claramente la expresión abrumada en tu cara cuando leías boletines sobre los próximos proyectos en la escuela. Hoy, siento que podría vomitar en el momento en que encuentro un informe de cinco páginas oculto en el cuaderno de alguien.

 

Entiendo totalmente cómo perdiste a mi hermano en ese lujoso restaurante, para encontrarlo después debajo de la mesa, pegando en los zapatos de la gente. Una vez avancé con una carriola vacía en el zoológico durante cinco minutos, sin saber que mi hijo se había salido para ver a los tigres.

 

La maternidad es especialmente difícil cuando no puedes encontrar tiempo para tener un minuto a solas y las madres nunca están realmente solas.

 

Ni en el auto, ni en el baño, ni siquiera en tus propios pensamientos. La necesidad de cinco minutos para ti es real, y lamento que nunca lo haya entendido. Lamento dar por sentado que, cada vez que respirabas, estabas pensando en mí. Que cada noche, cuando te dormías, yo era el último pensamiento en tu mente y el primero cuando te despertabas. Lamento que nunca se me ocurrió, en mi pequeño mundo egocéntrico, que yo era el centro de ellos. Y a pesar de que tus hijos fueron tu todo, necesitabas un descanso.

 

Ojalá supiera entonces lo que sé ahora. No me hubiera reído cuando tiraste las galletas que sacaste del horno porque te quemaste la mano. Nunca te hubiera contestado si hubiera sabido que te estaba rompiendo el corazón. No habría causado tantos problemas con mis hermanos, para que no tuvieras que intermediar en tantas peleas. Pero, más que nada, cuando pedías una hora a la semana para ver tu programa, te habría dejado en paz. Aunque necesitabas ese tiempo para mantenerte cuerda, en cuanto había un grito en la otra habitación, interrumpías el momento y volvías a la acción. Eso es lo que hacen las mamás. Curamos y ayudamos y estamos ahí, incluso cuando no queremos. Y tú siempre estuviste.

 

Ahora, como madre, soy empática con las luchas cotidianas por las que pasaste y admiro el hecho de que hayas criado a cuatro niños sin un iPad. Como hija, estoy agradecida. Por todos y cada uno de los sacrificios que hiciste (no importa cuán pequeño), me siento agradecida. Y por todos esos momentos en los que debería haberte dado cinco minutos, perdóname.

 

Hay días en los que lucho, cuando creo que ya no puedo más, y tal como lo hice cuando era pequeña, sigo recurriendo a ti. Incluso cuando estoy en mi peor momento, sé que cuando me abrazas y me secas las lágrimas, nunca estaré sola. Y en esos días en que llegué al límite y voy a tu casa con mis cuatro hijos a cuestas, tú tampoco lo estás.

 

Gracias, mamá.

 

Con todo mi amor, tu hija.

 

 

*Texto original de PopSugar

via ActitudFem - Una comunidad versátil, para la mujer contemporánea https://ift.tt/2vdRaYg
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