Lo que vivimos de niños nos marca de por vida, tanto para bien como para mal. Por ello, incluso quienes no vivimos maltrato en esta etapa podemos tener traumas de la infancia que perduran hasta nuestra vida adulta.
Estas heridas emocionales afectan nuestras relaciones personales, nuestro desempeño en el trabajo y por supuesto nuestra salud integral. Por ello, en esta ocasión te hablamos un poco más sobre cuáles son.
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Qué son los traumas de la infancia
Según el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, el trauma infantil se define como: "Un evento emocionalmente doloroso o angustiante que experimenta un niño, y que a menudo resulta en efectos duraderos mentales y físicos".
Es decir, se trata de un tipo de “lesión” psíquica que no suelen ser atendidos por una falta de desconocimiento social sobre el tema y sus consecuencias se manifiestan en nuestra vida adulta, la toma de decisiones y la forma en que afrontamos los pequeños problemas cotidianos.
En esa primera etapa de la vida de un niño, aún se carece de estrategias personales para manejar y entender ciertas dimensiones, por lo que incluso una situación que ahora nos podría parecer comprensible y no nos cause dolor al recordarla, pudo habernos marcado de por vida.
Cuáles son los traumas de la infancia más comunes
Acorde al libro “ Las 5 lesiones que impiden ser uno mismo” de la ensayista canadiense Lise Bourbeau, quien se inspiró en el trabajo del doctor y psicólogo austriaco Wilhelm Reich, existen cinco heridas emocionales muy comunes en esta etapa de nuestra vida que terminarán dejando una impronta muy evidente en nuestra personalidad.
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Miedo al abandono
No importa si se trata de un abandono de los padres, una figura parental ausente o la muerte de un familiar cercano e incluso el simple hecho de que la demanda laboral de los papás sea tal que les impida pasar más tiempo al lado de sus hijos, la falta de estas figuras en nuestra vida crea un miedo ante la pérdida y la soledad.
El resultado es el desarrollo de estrategias de evasión del vínculo o “de alerta constante” con el fin de detectar anticipadamente el abandono. Estos traumas de la infancia afectarán al futuro adulto en formas que van desde ser celoso, posesivo y controlador o, por el contrario, abandonando parejas y proyectos para evitar que se repita la pérdida.
Las personas que han tenido heridas emocionales del abandono en la infancia, tendrán que trabajar su miedo a la soledad, su temor a ser rechazadas y las barreras invisibles al contacto físico.
Miedo al rechazo
Otro de los traumas de la infancia más profundos es el miedo al rechazo. Este, como su nombre lo dice, ocurre cuando nuestros progenitores, la familia o nuestros iguales nos han rechazado y genera pensamientos de no ser deseado y de descalificación hacia uno mismo.
Su impacto es severo porque el sentimiento de rechazo se interioriza y afecta la percepción de una misma, de nuestras vivencias, emociones y opiniones, mermando nuestra autoestima, autoconcepto y relaciones amorosas y sociales en la edad adulta.
En consecuencia, quienes sufren de esta herida emocional están convencidos de no merecer amor, afecto ni comprensión e inclusive llegan a descalificarse a sí mismos. Como mecanismo de defensa, estas personas se aíslan para evitar la posibilidad de ser excluidos nuevamente.
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Miedo a la humillación
Cuando en nuestra infancia recibimos comentarios de negativos, miradas de desaprobación, bullying, burlas por alguna conducta o cualquier otro tipo de situación vergonzosa de parte de personas cercanas o significativas, es posible que desarrollemos traumas de la infancia relacionados a la humillación, destruyendo la autoestima a temprana edad.
Esto deriva en una conducta perfeccionista en la vida adulta para que la persona pueda sentirse aceptada y valorada, así como un profundo miedo a la crítica ya que ésta se entiende como un rasgo de nuestra personalidad, generando un alto sufrimiento al no conseguir el ideal y una proclividad a la frustración, pues piensa que eso es lo que da validez.
Estos traumas de la infancia generan con frecuencia una personalidad dependiente o, por el contrario, una tendencia a humillar a otros como un mecanismo de defensa, por lo que requiere que trabajemos en nuestra libertad, la comprensión de nuestras necesidades y temores, así como nuestras prioridades.
Miedo a la traición
Esta es una de las heridas emocionales relacionados con la confianza, pues cuando alguien rompe este sentimiento en un pequeño, éste aprende que la deslealtad es la norma y mientras más estrecha es la relación con la persona, mayor será el impacto que tendrá en la vida adulta.
Incumplir promesas, no proteger, mentir o no estar cuando más se necesita a un padre o a una madre origina heridas profundas. Con este tipo de traumas infantiles, suelen producirse secuelas en la capacidad de confiar en otras personas y establecer lazos afectivos. Esto suele dar lugar a problemas de sociabilidad o, incluso, desórdenes emocionales graves.
Haber padecido una traición en la infancia construye personas controladoras y en consecuencia suelen confirmar sus errores por su forma de actuar. Sanar las heridas emocionales de la traición requiere trabajar la paciencia, la tolerancia y el saber vivir, así como aprender a estar solo y a delegar responsabilidades.
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Miedo a la injusticia
El último de los traumas de la infancia se origina en un entorno en el que los cuidadores principales son fríos y autoritarios. En la infancia, una exigencia constante y severa generará sentimientos de ineficacia y de inutilidad, tanto en la niñez como en la edad adulta.
Las consecuencias directas de la injusticia en la conducta de quien lo padece será la rigidez, la baja autoestima, la necesidad de perfeccionismo, así como la incapacidad para tomar decisiones con seguridad. Parte importante de ese comportamiento implica normas sociales, en base a lo que es aceptable y lo que no.
En estos casos, es importante trabajar la autoestima, el autoconcepto, así como la rigidez mental, generando la mayor flexibilidad posible y comenzando a confiar en los demás.
Cómo afectan las heridas emocionales
Es imposible conocer exactamente cuál será el impacto de estos traumas de la infancia en la vida de cada individuo, pues varía según un sinfín de factores y lo más probable es que todos suframos de una o incluso varias aunque en diferentes grados.
Por ello, una herida emocional puede manifestarse en la vida adulta de diversas formas que van desde nuestra actitud a los vínculos familiares, amistosos y socioafectivos, hasta ansiedad, pensamientos obsesivos, mayor vulnerabilidad hacia determinados trastornos, problemas del sueño, actitud defensiva y más.
Para poder superar estas heridas, lo más recomendable es tomar terapia psicológica, pues esta nos permite precisamente trabajar nuestras dolencias y emociones pasadas que incluso sin saberlo están rigiendo nuestras vidas y, como ya lo dijimos previamente, “aún cuando piensas que estás bien, siempre puedes estar mejor”.
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