Lejos de lo que muchos creen, la historia del cabello corto en las mujeres no comenzó en la década de los veinte, aunque sin duda fue cuando el uso de dicho estilo se popularizó como nunca antes.
Acorde a una retrospectiva de “El Universal”, los “locos años veinte” también tuvieron su paso por nuestro país y entre muchas otras tendencias en la moda femenina que se importaron, el cabello corto fue una de ellas, provocando un escándalo en la sociedad, al punto de ser conocidas como “las pelonas” e incluso ser acosadas por estudiantes universitarios que pretendían raparlas por completo.
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Tal hecho mostró el gran descontento que causaba el que las mujeres rompieran los estándares de belleza tradicionales que aún permea en nuestra sociedad. Sin embargo, este no fue ni de cerca el único momento en que la rebeldía de las mujeres se expresó en su cabello. Por ello, en esta ocasión te platicamos más al respecto.
La historia del cabello corto en las mujeres es una de desigualdad
Aunque nos encantaría abarcar todas las épocas, comenzaremos con la icónica reina francesa María Antonieta quien sin duda marcó la tendencia en la segunda mitad del siglo XVIII y cuyo estilo se basaba en la opulencia.
Si bien en esta época se creía que el pelo corto podía servir para aliviar la fiebre y aunque en algunas mujeres adultas podía llegar a ser visto en casos extremos, este “remedio casero” —que posteriormente se refutó— solía reservarse para niñas.
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Aquello que se consideraba “en tendencia” en realidad era el estilo rococó que estaba reservado para la nobleza por la cantidad de recursos y tiempo necesarios para portarlos. Estos se lograban con pelucas muy grandes y altas con rulos que adornaban y caían a los costados y en la nuca. Se llevaban tocados y cosas inusuales para decorarlas y la consigna era: cuanto más grande, mejor.
Pese al uso de pelucas, era necesario contar con una larga cabellera para conseguir el efecto deseado y muchas mujeres solían usar más bien extensiones para lograr los intrincados diseños o, por lo menos, un peinado con abundantes rizos.
Por su parte, las mujeres campesinas solían mantenerlo recogido y oculto debajo de sus bonetes o gorros, mostrando la enorme división social que marcó la historia del cabello corto en las mujeres en gran parte. De hecho, un dato a destacar es que estos cortes de cabello muchas veces han estado reservados para aquellas mujeres privilegiadas.
Ejemplo de ello es que las mujeres de color no tenían opción. En 1786, el colonizador español y gobernador de Luisiana, Esteban Rodríguez Miró y Sabater, decretó el “Edicto del buen gobierno” que exigía a las mujeres esclavas utilizar su cabello en una envoltura porque los hermosos y elaborados estilos de cabello que adornaban con joyas y plumas de aves porque estos las “hacían parecer de una clase más elevada a la que pertenecían”.
De acuerdo con los documentos oficiales, tales peinados eran amenazantes para las mujeres blancas, quienes se consideraban superiores. Sin embargo, les salió el tiro por la culata, pues los pañuelos en que envolvían su cabello se convirtieron en su única forma de expresión e individualidad, por lo que la creatividad en sus arreglos rápidamente se convirtió en un símbolo de comunidad e identidad.
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Ante esto, tanto hacendados como sus esposas decidieron cortar el cabello de estas mujeres, ya fuera como castigo, para romper el espíritu de las mujeres de color o meramente por celos y envidia.
La Revolución Francesa y el coiffure à la Titus
A la caída del rey Luis XVI y tras la tasación del polvo para pelucas, estas rápidamente perdieron popularidad y a inicios de 1800 habían desaparecido en gran medida.
Como ya te hemos contado previamente, este hecho histórico impactó en gran medida la moda del momento, pues el lujo y la suntuosidad era una forma fácil de convertirse en el blanco de una sociedad que exigía represalias por la hambruna que sufría y las terribles condiciones de vida que permitía a la clase alta una vida de excesos.
Así, el naturalismo ocupó el lugar del rococó y así como los vestidos de cintura imperial sustituyeron a los corsets, los peinados que enfatizaban la forma natural del cabello y llenos de rizos reemplazaron a esos altos arreglos de la nobleza.
Pero todo cambió cuando una representación de “Brutus”, la tragedia escrita por Voltaire, fue revivida en París el 17 de noviembre de 1790. Esta hacía eco del sentimiento revolucionario de la época a tal grado que recibió ovaciones desde su primer representación e inspiró un estilo muy particular entre la alta sociedad.
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Se trató del “peinado a la Titus”, cuyo nombre deriva de Titus Junius Brutus, el hijo mayor del fundador de la República Romana en 509 aC, de quien parte de su vida quedó plasmada en la obra.
Para interpretarlo, el actor decidió cortar su cabello de la misma forma que los bustos griegos y a una semana de su estreno muchos jóvenes lo emularon, marcando una nueva época de la historia del cabello corto en las mujeres.
Si bien este se popularizó entre hombres y mujeres por igual, médicos no tardaron en salir a declarar que no solo era un corte “poco femenino”, sino que además atentaba contra la salud, siendo el causante de migrañas, conjuntivitis, cavidades dentales, gargantas irritadas y todo tipo de malestares que “misteriosamente” los hombres lograron evadir por siglos.
Pese a ello, el estilo logró mantenerse en boga hasta inicios de 1810, siendo común entre mujeres de clase alta más que en aquellas trabajadoras y el motivo detrás de ello es, una vez más, la desigualdad.
Todos recordamos la escena de “Los Miserables” en que Anne Hathaway corta su cabello en uno de los momentos más dramáticos de la película, tal como se describe en el capítulo 15 de la novela de Víctor Hugo y esa era la realidad de la historia del cabello corto en las mujeres.
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Mientras aquellas mujeres de clase alta tenían la opción de escoger deshacerse de su melena en un acto de rebeldía, quienes trabajan día a día para sobrevivir no la tenían.
Esto porque lejos de considerarlas “a la moda”, el tener pelo corto era una muestra evidente de la pobreza en que se encontraban, ya que muchas lo vendían para obtener un poco de dinero que les permitiera subsistir.
Para ellas, conservar su cabello largo y cuidado era un símbolo de fortaleza e ingenio que evitaban tener que despedirse de su pelo, además de ser un indicador de salud y moral, pues quienes también eran despojadas de sus cabelleras fueron las mujeres prisioneras o institucionalizadas.
La historia oculta del cabello corto en la Época Victoriana
Cuando de moldes de género se trata, no hay como este período histórico en el que un libro entero se escribió al respecto y el cabello no fue la excepción y el cabello largo se convirtió en un símbolo de juventud y sexualidad.
De hecho en el arte plástico y la literatura casi se equiparaba con algo místico siendo curativo al tratarse de ángeles con largos cabellos y demoníaco cuando se encontraba trenzado en intrincados diseños. Tal simbolismo se extendió al gesto de entregar un mechón de cabello a los seres amados para ser guardado en dijes, brazaletes y más.
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Igualmente, como pasó en la Regencia y la Era Napoleónica la historia del cabello corto en las mujeres durante la Época Victoriana continuó siendo una tragedia que mostraba la precariedad económica de las mujeres, como Louisa May Alcott —al igual que muchas otras y otros artistas de los tiempos— plasmó en “Mujercitas”.
Por si esto fuera poco, el control social que se tenía sobre el cabello de las mujeres llegó a tal punto que incluso utilizarlo suelto era mal visto, pues representaba algo tan íntimo que se reservaba para el dormitorio, por lo que llevarlo de tal forma era algo que solían hacer las trabajadoras sexuales, una asociación que las mujeres de clase alta no deseaban evocar.
Así, romper estos cánones de género resultaban en una siendo despojada de su femineidad para ser categorizadas en un tercer género y aunque había excepciones en este momento de la historia del cabello corto en las mujeres, generalmente solía asociarse con la identidad sexual, iniciando una larga historia de alienación de las lesbianas de la categoría mujer.
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Este no era el único motivo por el cual una podía “perder su género” en dicha época. Asistir a la universidad, andar en bicicleta, trabajar en un campo tradicionalmente masculino y más equivalía, PARA LOS MÉDICOS, a la posibilidad casi entera de “interrumpir el desarrollo reproductivo de útero”.
Sin embargo, lo restrictivo de este período también incitaba a muchos a romper las normas, como solía ocurrir durante la “Noche de tontos” en Los Ángeles, un festival conocido por brindar un espacio seguro para jugar con la sexualidad y el género.
Tal atrevimiento terminó llamando la atención de las autoridades y en 1898 se declaró ilegal cualquier tipo de travestismo en dicho estado, vulnerando particularmente a las mujeres trans. Dicha ley llegó incluso a la primera mitad del siglo XX, con penas de seis meses y multas de 500 dólares para quienes la rompieran.
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No obstante, las mujeres cis lograron en gran medida continuar jugando con el género y lo andrógino, particularmente las estrellas hollywoodenses que podían hacerlo sin repercusión alguna.
Los locos años veinte y el auge del bob
A mediados de la década de 1910, la Primera Guerra Mundial estalló y con ello un nuevo cambio en las tendencias. Contrario a épocas pasadas, ahora portar los meticulosos peinados que requerían de tiempo, esfuerzo y dinero equivalía a una insensibilidad hacia la tragedia que se vivía.
Tal hecho, fue clave para abrir paso al apogeo del pelo corto en las mujeres que se cristalizó en el bob, corte que dominó la década de 1920 y el cual se ha transformada en infinidad de otros estilos como el pixie.
Esto hizo que la industria de la compra y venta de cabello casi muriera. No obstante, como muchas sabemos, esto no ocurrió y las extensiones siguen siendo una realidad. Y aunque las condiciones han cambiado en el último siglo, aún hay algunos lados oscuros de esta industria, así como críticas a las decisiones que las mujeres toman sobre su propio cuerpo.
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