A ti que no me diste la vida, pero me enseñaste a vivirla


Todo mundo cree que ante un diagnóstico de cáncer, la gente pierde el control: se tira al suelo a llorar por tan desolador panorama, pero al menos en nuestra experiencia no fue así.

Aún recuerdo la manera tan serena en la que tomaste la noticia. Así manejaste toda tu enfermedad, de hecho.

Lo más desolador del cáncer que te fue consumiendo explícitamente durante dos años (pero que te consumía desde quién sabe cuándo) fue ver cómo te marchitabas. Es difícil ver cómo una de las personas que más admiras, a la que recurres cada que necesitas un consejo, se está yendo en vida.

Un abuelo y su nieta se divierten tocando instrumentos musicales

Foto: iStock

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Porque tú me has amado desde que nací, pero yo te he amado toda mi vida, abuelo. Más en estos momentos. Conforme más envejezco, pienso que te entiendo mejor.

El cáncer inició por arrebatarte uno de tus regalos más preciados: tu voz. No eras cantante, ni mucho menos, pero sí un gran conservador. He tenido la oportunidad de conocer mucha gente, pero nadie tan bueno conversando como tú.

Desafortunadamente el cáncer de traquea que te aquejó, te robó tu voz, pero encontramos maneras de comunicarnos. Las charlas no pararon.

Un hombre de la tercera edad mira por la ventana desde el hospital donde está internado

Foto: iStock

Nos dimos cuenta también que por más que la gente pretenda interés en aprender lenguajes “inclusivos para comunicarse con personas con alguna discapacidad auditiva o del habla, en realidad, son muy poco empáticos con quienes enfrentan algún problema de salud.

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El cáncer que te robó el habla y, tiempo después, la vida, fue ocasionado por el cigarro. Un vicio que aprendiste a despreciar, a pesar de que te dio confort durante muchas décadas.

Lo descubriste a los 12 años y no lo dejaste hasta bien entrados tus 50s. Yo nunca te vi fumar y tu actitud tan franca sobre una adicción como ésa me ayudó a ver a ése, y otros vicios, con mucha claridad.

“No hay nada peor que ser esclavo de algo”, me dijiste mientras contabas cómo en tus momentos de peor pobreza, salías a la calle a buscar colillas tiradas para poder saborear un poco de nicotina.

Pese a esos terribles momentos de adicción, lo soltaste y a la edad en la que muchos se rinden, le diste un giro mucho más sano a tu vida.

Por esa razón me pareció muy injusto que ese cáncer te arrebatara poco a poco la vida en vida. Ya lo habías dejado, reconociste tu error y continuaste, ¿no merecías una segunda oportunidad?

Una persona sostiene la mano de otra que está hospitalizada

Foto: iStock

Pero por algo pasan las cosas. Ambos tuvimos la oportunidad de despedirnos poco a poco también. Tu serenidad ante tu muerte inminente me sorprendió y me hizo admirarte aún más.

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Ya no estoy tan enojada porque no estés conmigo, al contrario, agradezco a la vida poder haberte disfrutado durante 19 años. Tus consejos son mi brújula.

Abuelo, gracias por haber sido y continuar siendo un poco padre, un poco amigo y un poco maestro de vida.

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