Hay momentos de la vida que nunca olvidamos y en mi caso uno de ellos fue mi primer temblor viviendo sola.
Ocurrió el pasado 7 de septiembre y aunque mi experiencia con varios otros sismos en el pasado me ha enseñado a ser más calmada ante estos, en ese momento todo se nubló por la preocupación de mis familiares.
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Por supuesto que en otros temblores he estado lejos de ellos y aunque este pensamiento siempre me llega a la cabeza, la tormenta, las explosiones de transformadores y la noche hicieron que en ese momento lo único en que pudiera concentrarme fuera en estar con ellos.
Y es que en medio de la noche, un escenario así, pasa a ser uno que antecede toda crisis, de esas que te anuncian la pérdida de algo muy importante para ti.
Lo que mi primer temblor viviendo sola me enseñó
De alguna forma, en medio de la prisa logré salir con lo que para mí era lo esencial en ese momento: un cubrebocas, llaves y teléfono.
Lo demás no era lo suficientemente necesario para tardarme más tiempo en salir, menos cuando vives en un departamento de cinco pisos del cual todos van a querer salir corriendo en menos de un minuto.
Afortunadamente, la alerta nos dio a todos la posibilidad de salir a tiempo, pero para mí estar afuera no era suficiente, tenía que correr a ver a mi familia en ese mismo momento.
Cuando me mudé, una de las cosas que buscaba es que no estuviera muy lejos de la casa de mis papás pues, además de que la zona me encanta, quería saber que podía estar cerca de ellos en momentos como éste.
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Así, sin chamarra ni paraguas caminé lo más rápido que pude evitando empujar o aventar a alguien y en unos minutos ya estaba con ellos.
Cuando llegué, tanto mi familia como vecinos de la zona aún seguían afuera y aunque ver sus rostros me dio algo de alivio, la expresión de mi mamá hizo que durara poco.
Dada su experiencia en el 85, todos los temblores alteran sus nervios y saber que yo no estaba con ellos fue una preocupación que al menos sí le pude quitar.
Como sucede en estos momentos, muchos esperamos un par de minutos más afuera y fue hasta ese momento, ya en los brazos de mi familia, que pude sentir el frío calándome, con cada gota de lluvia poniéndome a temblar más y más, algo que hasta ese momento no había sentido.
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De hecho, ni siquiera sentí el temblor, cuya magnitud de 7.1 es difícil de pasar desapercibida. Tampoco había notado que mi corazón estaba latiendo de forma acelerada, ni escuché a la vecina que me saludó al llegar a los departamentos donde mis padres y mi hermano viven.
Después de esperar unos minutos y saludar a la vecina después de que mis padres me señalaran la falta (como los padres siempre hacen), entramos los cuatro a su casa, nos pusimos en contacto con otros seres queridos, tomamos nuestra presión y un té para tranquilizarnos, vimos noticias, compartimos memes y nos cobijamos los unos a los otros.
Fue en ese momento que descubrí la mayor lección de mi primer temblor viviendo sola: ellos son mi verdadero hogar y yo soy parte de ese hogar.
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