Lao Tse dijo alguna vez: "la gratitud es la memoria del corazón" y para que veas que yo nunca te olvido, te escribo esta carta.
No sé por dónde empezar, abuela. Hay tantas cosas que deseo agradecerte: de tus desvelos cuando me llegué a enfermar a tu disposición a escuchar mis problemas con mis primeros novios.
No sé qué pienses tú, pero conforme crezco, me doy cuenta que el papel de la abuela está muy relegado.
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Sí, se habla mucho de lo "adorables que son las abuelitas" o de que hay que cuidarlas, pero difícilmente se nota ese "cariño" que les tenemos como sociedad.
Yo misma considero que he sido un poco mala agradecida contigo. Lo lamento tanto. No sabes cuánto me gustaría regresar el tiempo y haber sido mucho más comprensiva contigo en mi adolescencia.
No haberte "volteado" los ojos cada que me decías que me pusiera un suéter o que me acabara la sopa.
Por eso ahora te pido perdón y te agradezco. Te doy las gracias por cuidar de mí cuando mi mamá tenía que trabajar.
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Sé que ella es una de tantas madres solteras que tenía que dejar a su pequeña para traernos el pan a la casa.
Y tú, con todo el amor del mundo, estuviste para mí.
"Las abuelas que crían a sus nietos dejan huellas en sus almas". Gracias a ti, aprendí que el respeto es un valor importante, que no importa el precio del restaurante, sino la compañía y el sabor de su comida.
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Gracias a ti, abuelita, supe también que lo más importante está en el corazón de las personas; que no importa qué tan cansado estés, el amor será el combustible que te llevará a cuidar desinteresadamente a los demás.
Gracias, abuelita, por tu deliciosa comida, por tus consejos y sabiduría, por tener tus puertas siempre abiertas, pero especialmente: por amarme tanto.
Gracias por crear recuerdos que guardaré en el corazón para siempre.
¡Te adoro eternamente!
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