Cuando te conocí, mi corazón estaba completamente roto. Tenía a penas 19 años, pero estaba segura que jamás podría ser completamente feliz al lado de otra persona, que yo había venido a conocer el mundo sola. Y eso estaba bien para mí.
No obstante, coincidimos, en el momento más inesperado y no pudimos separarnos desde ese día. Mis amigos estaban preocupados por mí, porque desarrollé demasiada confianza en alguien completamente desconocido y temían que me lastimaras. No podían entender qué me hacía sentirme tan tranquila.
Luego te conocieron y entendieron. Tu presencia no sólo da paz, sino alegría. Aunque ellos lo notaron y ahora te adoran, existe algo que no podrán conocer nunca porque es muy nuestro; en tu mirada siempre hay algo que me dice: "toma mi mano, prometo no soltarte nunca". Lo supe desde el primer día.
Y claro, no todo ha sido perfecto. Ingenuamente yo creí que eras el príncipe azul, que nunca habría problemas, pero no ha sido así. Somos humanos.
Poco a poco he madurado y he entendido que el punto de las relaciones duraderas es la paciencia y la aceptación. Saber que las personas estamos creciendo y cambiando todo el tiempo, que hay que esperarlas; aceptar que nadie es perfecto, hay que aprender a lidear con los defectos.
Ahora te agradezco que me hayas enseñado esa valiosa lección. Gracias por mostrarme que nos tenemos y que eso basta. En particular, en nuestros momentos de mayor crisis tanto interna, como económica.
Antes de ti, las personas con las que había estado me hacían sentir que estar con ellos era un auténtico favor voltearme si quiera a ver, tú no.
Y aunque les agradezco, porque por algo pasan las cosas y aprendí mucho, te agradezco a ti porque hacerme sentir que "no soy una opción, sino una tremenda oportunidad".
Gracias por devolverme la fe en el amor y no soltarme nunca.
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