Es cierto que el amor no es fácil, pero eso no significa que tenga que ser TAN complicado.
Conocí a Martín hace como cuatro años en la fiesta de una de mis mejores amigas de toda la vida.
En ese entonces yo acababa de curar mi corazón roto y estaba lista para conocer gente otra vez.
Y qué mejor que ese chico delgado, guapillo pero no un galán y con ese estilo intelectual-hippie que me ha gustado desde que tengo memoria.
Hicimos clic casi de inmediato y antes de que cualquiera lo esperara ya nos veíamos dos o tres veces a la semana para ir a obras de teatro, hablar de libros o simplemente ir a pasear.
Pero por esas semanas increíbles había otras en las que él desaparecía por completo, no se conectaba a redes, no llamaba, no mandaba mensajes.
Así como si se lo hubiera tragado la tierra.
Y al principio me encantaba, me volvía loca la sensación de no saber. Porque hacía que cada encuentro se volviera mucho más intensa y disfrutable porque no sabía cuándo iba a ocurrir otra vez.
Pero con el tiempo se volvió cansado, un juego interminable de perseguirlo, de esperar a que se dignara a dar señales de vida, y de adivinar si me quería o no en la suya.
Un día le hablé claro, le dije que me gustaba y disfrutaba estar con él pero necesitaba saber qué era lo que él quería porque estaba harta de vivir en la incertidumbre.
Me dijo que no sabía, que yo también le gustaba pero no estaba seguro de querer una relación...pero sí me quería en su vida.
En ese momento me fui. Porque me di cuenta que si decidía quedarme ese juego del gato y el ratón jamás terminaría.
Y que al final de todo lo que yo buscaba (y sigo buscando) no es un cuento con final feliz...sino ser feliz sin tanto cuento.
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