No puede ser que estemos aquí para no poder ser


 

                                                                            

 

Recuerdo haber leído Rayuela en el peor momento amoroso de mi vida y de todas las enseñanzas de la obra, esta frase se me quedó clavada en el inconsciente; quizá porque en ese instante tuve el infortunio de un amor mal correspondido.

Ahora que me lo pienso más y que la madurez hizo lo suyo, veo en retrospectiva ese amor al que ahora me refiero como un capricho y por cierto no fue mal correspondido, solo no era el momento. 

Para mí ese apasionado encuentro con el vato que me gustó durante años y al que jamás me atreví a hablarle fue solo una jugada del destino, del que pensé jugaba a mi favor, hasta que me topé con la cruda realidad de los mal amados.

Una noche entre las sábanas y yo me empeñé en hacer de un encuentro casual una relación, no contaba con que yo era menos que insignificante para mi nuevo amante.

Los encuentros que, aunque eran recurrentes, no repasaban el terreno de lo carnal. El cariño que yo sentía por esa persona solo era correspondido sobre una cama o la barra de la cocina, siempre y cuando la conversación se diera mientras mi ropa se desvanecía en el suelo.

De lo poco que hablamos fue de lo imposible que era para él poder amarme y a la vez, yo le decía que, a pesar de su poco entusiasmo, amarme sería lo más fácil que él podía hacer en su vida.

Pasé mañanas enteras escuchando sobre su incapacidad de enamorarse otra vez, con el tiempo esa obsesión que teníamos por el cuerpo del otro se convirtió en un as que nos sacábamos de la manga en las noches de soledad. Y yo me olvidé del poco amor que sentí en algún momento por él.

El trato estaba claro: lo nuestro se limitaba únicamente a lo físico y así fue por más de año. Ni si quiera nos veíamos tan seguido, pero desarrollamos una especie de código para aparecernos en el momento en que nos necesitábamos.

Con el tiempo yo entendí cuál era su lugar en mi vida y por amor propio decidí borrarlo de mis pensamientos y verlo como lo que yo era para él. Sé que en su momento lo intentó, sé que intentó luchar contra el miedo enamorarse.

Pero aquel día que llegó a mi casa convencido a pasar más tiempo conmigo, bastó un instante para que el pánico lo hiciera huir. Jamás olvidaré como se fue entre la lluvia pidiéndome perdón por no poder quedarse. Y yo tampoco esperé. 

Conocí a alguien más y antes de comenzar el tipo de relación que yo quería me despedí de él. Le agradecí por su tiempo, sus caricias y las risas juntos. Él se quedó mirando atónito mientras yo me iba. Ese que nunca se atrevió a quererme ahora se preguntaba por qué me despedía, quizá ahora él si estaba listo para quererme, pero yo ya estaba lejos.

Estuvimos muchas veces bajo las mismas sábanas, en la misma habitación, pero jamás pudimos ser.

De esto aprendí que el amor no se debe forzar y que si las intenciones no están claras es mejor apartarse de quien no tiene la mínima intención de quererte como tú le quieres, sin importar que compartan el mismo espacio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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