La vida siempre es como una balanza, en la que siempre lo bueno debe pesar más que lo malo.
Cuando comenzó nuestro amor estaba convencida de que lo bueno siempre sería más fuerte, sin importar el tiempo ni las dificultades que se atravesaran en nuestro camino.
Cada día a tu lado era maravilloso. Las tardes en los parques tomando café, haciéndonos bromas, contándonos todo sobre nuestras vidas.
Eras la persona en la que más confiaba, con la que podía llorar a mares, hablar de mis furias, mis enojos, mis frustraciones.
Y en esa balanza todos esos momentos felices pesaban más que todo lo que me molestaba o lastimarme de ti:
Más que tu impuntualidad, más que tus sarcasmos e ironías. Incluso más que esa habilidad tuya de siempre elegir el peor lugar y momento cuando querías discutir.
Hasta que no lo hicieron, hasta que esa lista de lo que me dolía de estar contigo se iba haciendo más y más grande.
Ya no era solo tu impuntualidad, era el desorden de tu vida. Ese círculo de caos en el que me fuiste arrastrando y al que yo cedí.
Eran todas esas veces que yo quise hacerte saber que estaba enojada y siempre cambiabas todo, te ponías a la defensiva y me culpabas a mí.
Y entonces esa balanza que siempre estuvo a tu favor se fue inclinando al otro lado.
Claro, aún había días buenos, días en que sentía que podíamos repararlo y seguir juntos. Pero justo entonces volvías a hacerme daño.
Así que me rendí, porque sin importar qué tan hermosos fueran nuestors días felices, jamás valdría la pena el daño que me hacía aferrame a ti.
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